domingo, 22 de junio de 2025

Criminología vivida: cuando la teoría se topa con la realidad

La criminología, como disciplina, ha desarrollado herramientas potentes para analizar el delito, la desviación y el control social. Sin embargo, cuando esa teoría se aplica en contextos reales —intervención directa con menores, programas de prevención o acompañamiento a personas en situación de exclusión— surge una distancia entre el marco académico y la vida cotidiana. Es en esa fricción donde emergen aprendizajes que la teoría sola no alcanza. 

 1. La intervención no empieza con el diagnóstico, sino con el vínculo.
 Muchos manuales centran la intervención en la evaluación de riesgos, la clasificación del perfil delictivo o la construcción del itinerario. Pero la realidad muestra que ningún plan educativo o acción sociojurídica funciona si no se ha construido previamente un vínculo de confianza con la persona. En contextos residenciales, educativos o comunitarios, el profesional es muchas veces la única figura estable que permanece. Esto implica repensar la intervención no solo desde lo técnico, sino también desde lo relacional. Las personas no cambian porque les expliquemos el código penal, sino porque sienten que pueden confiar, expresar y reconstruirse en un entorno que no les juzga. 

2. El concepto de “riesgo” no siempre contempla la estructura.
 En el análisis criminológico tradicional, el enfoque sobre la peligrosidad o la reincidencia suele centrarse en el individuo. Sin embargo, en muchos casos, el comportamiento catalogado como “desviado” responde a dinámicas estructurales de exclusión: pobreza, violencia institucional, fracaso educativo, migración no acompañada, discriminación o falta de referentes afectivos. La práctica muestra que el “riesgo” no reside solo en la persona, sino en su contexto estructural y emocional. Por eso, la intervención efectiva no puede limitarse a “modificar conductas”, sino que debe facilitar entornos y experiencias que habiliten alternativas reales. 


 3. Los marcos normativos protegen, pero también condicionan.
 La legislación en protección de menores, justicia juvenil o atención a la diversidad marca protocolos necesarios. Pero en la práctica, los márgenes de acción suelen estar condicionados por ratios, plazos administrativos, falta de recursos o saturación institucional. Muchas decisiones técnicas acaban teniendo más que ver con lo que se puede hacer, que con lo que sería más adecuado. Esto obliga a los profesionales a tomar decisiones complejas, donde lo humano y lo legal no siempre coinciden. El reto es aprender a moverse dentro del marco, pero sin dejar de poner a la persona en el centro. Eso requiere ética profesional, conciencia crítica y espacios de supervisión que acompañen esa tensión. 

 4. Lo emocional también es intervención.
 La formación académica pone énfasis en conceptos como disuasión, prevención, intervención secundaria o control formal. Pero en el trabajo directo, lo que muchas veces repara es la escucha, la contención y la coherencia del adulto referente. No se trata de sustituir la familia, ni de “salvar” a nadie, sino de sostener emocionalmente para que el otro pueda, en algún momento, sostenerse por sí mismo. Incorporar lo emocional como parte del trabajo profesional no es debilidad, sino madurez profesional. No basta con técnicas: hacen falta humanos que sepan estar, resistir el conflicto y no reactivar el abandono. 

 5. La práctica exige flexibilidad, no improvisación.
 Intervenir en territorio, en contextos residenciales o comunitarios, requiere capacidad de reacción ante situaciones imprevisibles: una crisis emocional, una conducta agresiva, una denuncia que cambia el marco de actuación. Tener formación no siempre garantiza saber qué hacer; tener experiencia no siempre alcanza para hacerlo bien. La clave es la formación continua, la reflexión crítica y el trabajo en equipo. La improvisación sostenida desgasta y expone; la flexibilidad acompañada construye práctica con sentido. La criminología vivida no es una renuncia a lo académico, sino una exigencia a completarlo con experiencia, análisis contextual y una ética del cuidado.

 Trabajar con personas en situación de vulnerabilidad implica transitar un territorio donde los protocolos se cruzan con historias personales, y donde las herramientas más útiles a veces no son las que aparecen en los apuntes, sino las que nacen en la relación, el respeto y el tiempo compartido. Quienes trabajamos en lo social y lo educativo no debemos elegir entre técnica o humanidad: debemos integrar ambas. Porque si algo enseña la práctica es que la intervención más efectiva no siempre es la más estructurada, sino la más humana y coherente.


Criminología vivida: cuando la teoría se topa con la realidad © 2025 by Teresa Fibla is licensed under CC BY-NC-SA 4.0

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